Papa
(1002-1054) Bruno de Egisheim-Dagsburg nació en Alsacia el año 1002 y
fue hijo de los condes de aquella comarca. Al bautizarlo le impusieron
el nombre de Bruno. Estaba emparentado con los emperadores alemanes.
Llamado al lado del Obispo Hermann de Toul trabajó con todas sus fuerzas
por la reforma de las costumbres especialmente entre los clérigos.
Se
entregó a la vez a cuidar de los más pobres y necesitados. Muerto
el obispo Hermann fue elegido por el pueblo y por el clero para
sucederle como obispo de Toul. Se entregó de lleno a la misión y no se
arredraba ante dificultad alguna. Fue con el ejemplo de su vida, sobre
todo, el arma con que más trabajó para atajar tanto mal como se había
ido introduciendo entre el clero. Muy activo y enérgico, peregrinó
por media Europa para corregir vigorosamente los peores abusos (sobre
todo la simonía y el concubinato de los clérigos), defendiendo la
supremacía pontificia, impulsando la reforma de Cluny, sentando las
bases de lo que será el derecho canónico, oponiéndose a herejías y
llamando a su lado como canciller al gran Hildebrando.
Los
Papas Clemente II y Dámaso II apenas pudieron hacer nada con la reforma
que quisieron introducir porque sus pontificados fueron efímeros. Los
reyes en esta época tenían un influjo casi totalitario en la designación
de los Papas. Así Enrique III el Negro en diciembre de 1048 convocó la
Dieta de Worms y propuso a Bruno de Toul como candidato a sucesor de la
silla de San Pedro y fue gustosamente aceptado por todos. San Hugo
de Cluny, el arzobispo Halinard de Lyon, San Pedro Damián y sobre todo
el futuro Papa Gregorio VII, el gran Hildebrando.
León
IX hizo comprender a todo el mundo que el Papa era quien gobernaba y no
sólo presidía. Dictó leyes muy importantes y las hizo cumplir,
especialmente a los príncipes y clérigos, sobre estos dos puntos que
tanta necesidad tenían de una tajante reforma. Una trayectoria
ejemplar de padre que defiende la pureza de la fe y de las costumbres, y
la independencia de la Iglesia, interviniendo en la política mundial
para poner paz con un talento de bondad evangélica que desarmaba a sus
mismos enemigos. En este misterioso nudo de lo humano y lo
trascendente que es siempre la Iglesia y su cabeza visible parece como
si desde nuestra perspectiva los esfuerzos más admirables y los éxitos
clamorosos tuviesen que estar siempre empañados por la imprudencia, el
fracaso y el error, como si todo gobierno, incluso el de los sucesores
de Pedro, llevara un estigma de grave imperfección.
Tan
santo pontífice, con grandes dotes para serlo, vio iniciarse la
polémica con el patriarca de Constantinopla que conduciría después de su
muerte al cisma de Oriente, y su desafortunada guerra defensiva contra
los normandos en el sur de Italia concluyó con una derrota y con el
cautiverio del propio León. Murió el 1054 y fue muy llorado por los
romanos. Hay un epitafio en su sepulcro que reza así: Roma vencedora
está dolorida al quedar viuda de León IX, segura de que, entre muchos,
no tendrá un padre como él. |
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