
San Frumencio
Frumencio es el nombre
del primer obispo misionero de Etiopía, y su historia tiene mucho de
increíble. En tiempos del emperador Constantino, un anciano preceptor,
llamado «filósofo» por el historiador Rufino, regresaba a Tiro de un
viaje a la India, siguiendo las costas de Africa. Lo acompañaban dos
jóvenes discípulos, Edesio y Frumencio. Durante una escala de la nave en
el puerto de Adulis una banda de etíopes asaltó la embarcación y mató a
todos los pasajeros menos a Edesio y Frumencio. Se cuenta que en el
momento de la matanza los dos muchachos se encontraban debajo de un
árbol, dedicados a la lectura de un libro. Llevados como esclavos a la
corte de Axum, se hicieron querer del rey, que los tuvo a su servicio: a
Frumencio como secretario y a Edesio como copero.
A la muerte del rey,
mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina,
que le había confiado a Frumencio la educación de su joven hijo. Fue
durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos
con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso
para construir una iglesia cerca del puerto. Este fue el primer germen
de cristianismo, que se desarrolló rápidamente. Edesio y Frumencio
pidieron y obtuvieron el permiso para regresar a la patria. Edesio fue a
Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le
narró su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de Egipto
a encontrar al grande obispo Atanasio y proponerle que enviara a
Etiopía a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con
vivo interés la narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo
Frumencio y volverlo a mandar a Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido
cordialmente por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros en adherir
al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por
los etíopes «abba Salama», portador de luz, es considerado uno de los
más grandes misioneros cristianos y uno de los más afortunados
sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria mies
que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por
el amor al estudio.
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