domingo, 23 de marzo de 2014

Leonardo da Vinci la Última Cena

La Última Cena de Leonardo da Vinci | Arquitectura y Cristianismo

Leonardo da Vinci (Vinci, Toscana, 1452 – Amboise, Turena, 1519), sin duda el mejor representante del hombre del Renacimiento: artista, ingeniero, científico, cocinero y pensador. Da Vinci poseía una insaciable curiosidad que unida a su gran facilidad para aprender ramas del saber tan diferentes le han otorgado un gran prestigio personal, que con los siglos ha ido en aumento.
Retrato de Leonardo da Vinci
Retrato de Leonardo da Vinci.
El único pero que podemos poner a la figura de Leonardo da Vinci sea quizá la escasa influencia que tuvo en los distintos campos en los que participó. Su excepcional capacidad de creación y su desmedido interés por la innovación contribuyeron a que la gran mayoría de sus proyectos quedaran inacabados en cuanto otros nuevos atrajeron su atención. La gran mayoría de sus estudios fueron especulaciones teóricas sin que Leonardo da Vinci  desarrollara posteriormente los modelos viables necesarios para llevarlos a cabo en la realidad y, por tanto, sin consecuencias prácticas capaces de influir en el ambiente que le rodeó.

El encargo:

La pintura mural La Última Cena (1495-97), también conocida como El Cenáculo, fue un encargo del duque de Milán, mecenas de Leonardo da Vinci de la familia de los Sforza conocido como Ludovico “el moro”. Ludovico tenía previsto convertir en una capilla y mausoleo familiar el templo del monasterio de Santa María delle Grazie, perteneciente a la orden de los dominicos y situado en el corazón de la ciudad de Milán.
Monasterio de Santa María delle Grazie (Milán)
Monasterio de Santa María delle Grazie (Milán)
Ludovico Sforza tenía la costumbre de cenar con frecuencia junto al abad en el refectorio del monasterio de Santa María delle Grazie y pidió a Leonardo da Vinci un fresco que decorase dicha estancia. Se desconoce si el tema escogido fue una imposición por parte de los dominicos o idea propia de Leonardo da Vinci.
Ludovico Sforza (1452-1508)
Ludovico Sforza (1452-1508)
La elección para el mural fue, en todo caso, el pasaje evangélico de la última cena, probablemente en su momento más dramático en el cual Jesús anuncia a los apóstoles que uno de ellos le traicionará: “Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.» Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote”. (Juan, 13:21-26)
 
Refectorio en su estado actual.
Refectorio en su estado actual.

La técnica empleada:

La técnica tradicional para pintar al fresco es muy exigente para cualquier pintor, pues necesita haber desarrollado una gran labor previa de estudio formal  de la pintura, además de una enorme rapidez de ejecución por parte del artista. Esta técnica no permite correcciones una vez se ha iniciado la obra. En el Renacimiento era habitual definir la habilidad de un pintor por su capacidad de pintar al fresco.
Estudio previo de Leonardo para la Última Cena.
Estudio previo de Leonardo para la Última Cena.
Leonardo da Vinci destaca como pintor por su gusto exquisito por la perfección, obligándose a una constante modificación de sus obras y haciendo que éstas necesiten de mucho tiempo de ejecución. Por esta razón Leonardo da Vinci nunca controló la técnica de la pintura al fresco y decidió inventar una nueva técnica pictórica que le permitiese corregir lo ya pintado. Esta técnica experimental consistió en pintar óleo sobre el yeso seco, pero debido probablemente a los aglutinantes que utilizó o quizá a la calidad de los pigmentos, se produjo una rápida degradación de los colores a los pocos meses de ser concluida la obra.

Aspecto temático y formal:

Como antecedentes pictóricos a La Última Cena de Leonardo da Vinci, encontramos principalmente las obras de dos autores:
Andrea del Castagno (1421-1457) pintor florentino que en 1447 realiza un fresco con el tema de la Última Cena para el cenáculo de Santa Apolonia en Florencia.
Última Cena (Andrea del Castagno)Última Cena (Andrea del Castagno)
Domenico Ghirlandaio (1449-1494) pintor florentino al que en 1480 le encargan la obra El Cenáculo de Ognissati para un monasterio benedictino.
Cenáculo de Ognissanti (Domenico Ghirlandaio)Cenáculo de Ognissanti (Domenico Ghirlandaio)
Leonardo da Vinci, al contrario de las representaciones de Andrea del Castagno y de Domenico Ghirlandaio, decide situar a Judas Iscariote junto a los demás apóstoles a la mesa en vez de colocarlo en frente de ellos. Ha escogido justo el momento en el cual los apóstoles se encuentran desconcertados ante las palabras de Cristo de que uno de ellos le traicionará. En el instante que Simón Pedro le pide a Juan que le pregunte a Jesús quién de los apóstoles será el traidor. En los frescos de Castagno y Ghirlandaio se refleja el momento inmediatamente posterior al pintado por Leonardo da Vinci, pues Juan ya se encuentra recostado sobre el pecho de Jesús.
El punto de fuga es la cabeza de Jesús.
El punto de fuga se sitúa en la cabeza de Jesús.
Representa a los apóstoles en cuatro grupos de tres y a Jesucristo, con una forma casi piramidal (divina) en la parte central, ligeramente separado del resto. Conocemos la identificación del lugar que ocupa cada apóstol gracias al descubrimiento en el siglo XIX de un manuscrito perteneciente a Leonardo da Vinci. Empezando por la izquierda de la obra de La Última Cena encontramos a Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés que forman el primer grupo.
Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés.Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés.
En el segundo grupo están Judas Iscariote, Simón Pedro y Juan, según el orden de cabezas.
Judas Iscariote, Simón Pedro y Juan.Judas Iscariote, Simón Pedro y Juan.
Los apóstoles Tomás, Santiago el Mayor y Felipe conforman el tercer grupo.
Tomás, Santiago el Mayor y Felipe.Tomás, Santiago el Mayor y Felipe.
El último grupo lo forman Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote.
Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote.Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote.
Leonardo da Vinci manifiesta en su tratado de pintura: “Los movimientos de las personas son tan diferentes como los estados de ánimo que se suscitan en sus almas, y cada uno de ellos mueve en distintos grados a las personas [...] Lo feo junto a lo bello, lo grande junto a lo pequeño, el anciano junto al joven, lo fuerte junto a lo débil: hay que alternar y confrontar esos extremos tanto como sea posible.”
La obra La Última Cena es un fiel reflejo de esta tesis. En ella podemos encontrar en las diferentes fisonomías y actitudes de los apóstoles la contraposición de lo joven con lo anciano, la excitación frente a la serenidad, la bondad contra la maldad. Es un verdadero análisis del comportamiento humano el que realiza Leonardo da Vinci en esta pintura.
La Última Cena de Leonardo da Vinci (La Última Cena de Leonardo da Vinci (1495/97)
Leonardo da Vinci se dedicó con gran entusiasmo en la ejecución de La Última Cena. Gracias a la técnica inventada por él, pudo modificar a su antojo la obra alargándose en el tiempo para perfeccionar cada detalle. Debido a la tardanza, el abad del monasterio empezó a inquietarse y elevó una queja a Ludovico Sforza. El duque de Milán conminó a Leonardo da Vinci a que terminase a la mayor brevedad posible la pintura mural. Se cuenta como anécdota, quién sabe si real, que Leonardo da Vinci llegó a barajar la posibilidad de utilizar como modelo para Judas Iscariote la cara del propio abad, debido a las desavenencias entre ambos.
Mateo Bandello (1490-1560).
Mateo Bandello (1490-1560).
Un joven llamado  Mateo Bandello, que estaba de novicio en el monasterio de Santa María delle Grazie durante la ejecución de La Última Cena, dejó por escrito estas palabras sobre Leonardo da Vinci“Llegaba bastante temprano, se subía al andamio y se ponía a trabajar. A veces permanecía sin soltar el pincel desde el alba hasta la caída de la tarde, pintando sin cesar y olvidándose de comer y beber. Otras veces no tocaba el pincel durante dos, tres o cuatro días, pero se pasaba varias horas delante de la obra, con los brazos cruzados, examinando y sopesando en silencio las figuras. También recuerdo que en cierta ocasión, a mediodía, cuando el sol estaba en su cenit, abandonó con premura la Corte Vecchia, donde estaba trabajando en su soberbio caballo de barro, y, sin cuidarse de buscar la sombra, vino directamente a Santa Maria delle Grazie, se encaramó al andamio, cogió el pincel, dio una o dos pinceladas y se fue”.

Daños y restauraciones:

Como ya hemos comentado anteriormente, el mural realizado por Leonardo comenzó rápidamente a degradarse debido a la técnica utilizada, lo cual acrecentado por unas fuertes inundaciones acaecidas en Milán, obligó a realizar una inmediata restauración.
En 1652 se decide colocar una puerta en el refectorio justo debajo de la pintura mural de Leonardo da Vinci, teniendo como consecuencia de la eliminación de los pies de Jesucristo, así como los de algunos apóstoles.

Incorporación de una puerta en el refectorio (1652)

En 1797, las tropas de Napoleón usan el refectorio como establo y las paredes para práctica de tiro, produciendo la consiguiente deterioro de la obra.
Durante el siglo XIX se realizan varias restauraciones de la obra, con resultados poco adecuados, que no consiguieron recobrar convenientemente la obra original.
Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial los bombardeos por parte de las tropas aliadas derriban el tejado de la estancia, quedando la pintura de La Última Cena varios años a la intemperie.
A partir de 1977 se inicia una restauración de varios años que consiguió mejorar en gran medida el aspecto de la pintura mural, recuperándose así parte de su resplandor original. En la actualidad sólo pequeños grupos de afortunados pueden admirar esta obra maestra del pintor Leonardo da Vinci haciendo su reserva  con bastante tiempo de antelación.
Visitantes actuales en el refectorio.
Visitantes actuales frente la obra.
Probablemente la mejor opción que tengamos de conocer cómo fue originalmente la obra La Última Cena de Leonardo da Vinci sea a través de una copia ejecutada por un discípulo suyo: Giovanni Pietro Rizzoli, más conocido como Giampietrino (1495-1549). Giampietrino fue un pintor milanés que realizó una réplica a escala real de La Última Cena (8 metros de largo por 3 de alto) antes de que ésta empezara a estropearse y que reproduce con total fidelidad la obra original. Gracias a su excelente estado de conservación podemos apreciar varios matices perdidos a lo lardo de los años en la obra que realizó Leonardo da Vinci.
Copia de la Última Cena por Giampietrino.Copia de la Última Cena por Giampietrino.

Absurdos que rodean a la obra:

La figura de Leonardo da Vinci ha ido acrecentándose con el paso de los siglos. Su saber enciclopédico es fascinante y esta fascinación es aprovechada en ocasiones para dotar a todas sus obras de un halo misterioso. No me parece mal que se fantasee con su figura para la creación de filmes o novelas siempre que quede bien claro en ellas que pertenecen al campo de la ficción y no al histórico.
Hago esta aseveración a causa del fenómeno literario que fue hace unos años la novela El Código da Vinci del escritor Dan Brown. No es nada reprobable incluir detalles históricos en novelas de ficción, o detalles de ficción en novelas históricas, puesto que a todos nos gusta imaginarnos el día a día de personajes del pasado, los cuales nos es imposible conocer con detalle, o especular con “qué habría pasado si…” creando escenarios irreales con personajes conocidos y haciéndoles actuar como se esperaría de ellos por nuestro conocimiento de su biografía. Es decir, en principio es perfectamente lícito incluir datos históricos junto con otros ficticios para hacer más entretenido un relato, pero siempre que quede de manifiesto su falsedad histórica. El problema sucede cuando intencionadamente se quiere vender una historia llena de falsedades e inexactitudes como veraz y no como una mera forma de entretenimiento. Por poner unos sencillos ejemplos de lo sencillo que es detectar el “gran descubrimiento” en que se basa toda la trama del libro, vamos a ver a continuación dos sencillas explicaciones.
Dan Brown, autor de El Código Da Vinci.Dan Brown, autor de El Código Da Vinci.
La crítica de arte Elizabeth Levy lo explica muy claramente: “Brown aprovecha el rostro de suaves rasgos y la figura de un Juan imberbe del cuadro de Leonardo para presentarnos su fantástica afirmación de que se trata de una mujer. Por otra parte, si realmente San Juan fuera María Magdalena, hemos de preguntarnos por el apóstol que falta en aquel crítico momento. El problema real es el resultado de nuestra falta de familiaridad con los “tipos”.
En su Tratado de la Pintura, Leonardo explica que cada personaje debe ser pintado con arreglo a su edad y condición. Un hombre sabio tiene ciertas características, una anciana otras y los niños otras. Un tipo clásico, como en muchos cuadros del Renacimiento, es el “estudiante”. El favorito, el protegido o el discípulo son siempre hombres muy jóvenes, totalmente afeitados y de cabello largo, con objeto de transmitir la idea de que aún no han madurado lo suficiente como para haber encontrado su camino.
San Juan por Castagno.
San Juan por Ghirlandaio.
A lo largo del Renacimiento, los artistas pintaron así a San Juan: es el estudiante ideal; es el “discípulo amado”, el único que permanecerá al pie de la cruz. Y lo representaron siempre como un joven imberbe, sin la fisonomía dura y resuelta del hombre. La Última Cena de Ghirlandaio o de Andrea del Castagno nos muestran al mismo dulce y joven Juan”.
Otra apreciación que hace Dan Brown de la obra es referente a la mano que sostiene una daga, otro critico de arte, Bruce Boucher comentó al respecto: “No es una mano sin cuerpo. El dibujo preliminar y las copias posteriores de La Última Cena demuestran que la mano y el cuchillo pertenecen a Pedro: una referencia al pasaje del Evangelio de San Juan en el que Pedro saca la espada en defensa de Jesús”.
Original de Leonardo.
Copia de Giampietrino.

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miércoles, 19 de marzo de 2014

Walt Whitman

Aquí estoy con música ruidosa -con mis clarines y mis tambores,
No sólo ejecuto marchas para las victorias consagradas -yo ejecuto también marchas para los vencidos y para los asesinados.
¿Habéis oído decir que está bien ganada la jornada?
Yo también digo que es bueno caer -que las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan.
Yo redoblo y repico por los muertos;
Soplo en mi clarín mis notas más vibrantes y más alegres en loor de todos ellos.
¡Viva por los que cayeron!
¡Y por aquellos cuyas naves guerreras se hundieron en el mar!
¡Y por aquellos mismos que en el mar perecieron!
¡Y por todos los generales vencidos! ¡Y por todos los héroes derrotados!
¡Y por los innúmeros héroes desconocidos, iguales a los grandes héroes conocidos!


Poema 18 del Canto de mí mismo, de Walt Whitman, nacido en Long Island (New York) el 31 de mayo de 1819.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Compartimos el texto de la Homilía de Mons. Daniel Sturla, en la toma de posesión de la Arquidiócesis.
Domingo I de Cuaresma. 9 de marzo de 2014

Queridos amigos:
Un día como hoy uno tendría ganas de decir muchas cosas… Inicio de la Cuaresma, palabra de Dios desafiante, nuevo arzobispo, tanta gente buena que está aquí presente… ¡el micrófono es también una tentación!,  pero hoy es un día para vencer la tentación como el Señor en el evangelio… Así que quiero subrayar dos  palabras que me gustaría compartir con ustedes en esta homilía:
La primera palabra es AMISTAD… La palabra de Dios desde el libro del Génesis que escuchamos en la primera lectura es una constante  invitación a la amistad… El Señor se paseaba en el paraíso en diálogo con Adán y Eva. Irrumpió el pecado, que vino de fuera del hombre, de mano del tentador astuto. Éste quiso quebrar definitivamente esa amistad, no pudo, pero ciertamente la dañó, al punto que una ruptura ente Dios y el hombre marcó, desde el comienzo, la marcha de la humanidad. Toda la historia de salvación es la historia de una amistad no siempre fácil,  en la que Dios toma la iniciativa, nos “primerea” como dice el Papa, pero donde el hombre, en su libertad, tiene la potestad increíble de poner un freno al Creador Todopoderoso. Porque ser amigos es una elección y una elección mutua, una elección que de nuestra parte es  frágil, y necesita siempre renovarse.
Desde Abraham y los Patriarcas, hasta la cumbre de Moisés, aquel que habló “cara a cara con el Señor como un amigo habla con su amigo”, como dice con asombro el libro del Éxodo (Ex 33,11), las páginas de la Biblia no dejan de narrarnos esta historia de amistad. Pero llegó el día en que la “Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)  y aquel que era la Palabra y que habitaba en el seno mismo del Padre, Jesús de Nazaret,  dijo en su despedida: “a Ustedes los llamo amigos” (Jn 15,15). El discípulo amado, que en la última cena puso su cabeza sobre el pecho de Jesús, es todo discípulo que en intimidad con el maestro puede conocer, por el don del Espíritu, el misterio de Dios, amigo de los hombres…
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, que escuchamos hoy, primer domingo de cuaresma,  narra el intento desesperado de un vencido que gasta sus últimos cartuchos tratando de impedir que la amistad entre Dios y los hombres vuelva a florecer… El demonio es un vencido, no lo olvidemos. La amistad con Dios es una  fuente de la que surge el agua fresca de la amistad humana. Amistad que es expresión de la vocación más íntima de todo hombre y que da sentido a su misteriosa aventura.
Nuestra vida es amistad…encuentro, mesa compartida, esposos que se eligen, familia reunida, también es compañía en el dolor, mano tendida al que cae, comprensión y perdón. Lo sabemos, los amigos lo son “en las buenas y en las malas”, son los que están en las fiestas y en los velorios, los que “no nos dejan en la estacada”. Los amigos “se hacen el aguante”, como dicen los jóvenes.
La iglesia existe para ello. Para ser principio y germen de esa mano tendida de Dios al hombre, lugar de encuentro de amigos. Presencia en las buenas y en las malas. Vaya si la Iglesia “nos hace el aguante” tantas veces en la vida. La iglesia es  la mesa donde los amigos se encuentran: Dios y el hombre, los hombres entre sí. La Iglesia es la rueda del mate compartido con el mejor Cebador. Lo decimos con una expresión cargada de significado teológico: “Iglesia: sacramento de comunión”. Por supuesto que en esta familia hay normas que cumplir, como hasta en la mateada tenemos ritos y reglas, pero ante todo hay una alegría que compartir.
La mesa está servida, el Señor aguarda, pero parecería que, como en la parábola del evangelio, faltan comensales…. quizás cómo en los bares que tienen en la puerta personas que invitan a entrar, tenemos que salir a invitar. Sí, tenemos que hacerlo porque muchos hermanos nuestros necesitan de esa mesa, están hambrientos del pan sabroso que allí se comparte, pero no dan con la puerta. Otros buscan saciarse en la comida chatarra de la sociedad consumista y no encuentran lo que en el fondo todo hombre busca: el pan de la amistad y la alegría.  La iglesia es casa de puertas abiertas, mate pronto, mesa tendida. No tengamos miedo de ser misioneros y de salir a invitar, vayamos especialmente a los jóvenes y a los pobres. Los vamos a encontrar en tantas esquinas de nuestros barrios donde no siempre lo que reúne, construye. Nosotros les compartiremos nuestra alegría, o mejor aún, queremos  ayudarles a que  aflore su propia alegría.
En el relato evangélico, haciendo el contrapunto al libro del Génesis, el Señor venció la tentación.  Son tres tentaciones, pero en el fondo es sólo una: la de siempre. Es la tentación constante, desde la rebelión de los ángeles: volverse sobre sí mismo y creérsela,  olvidándose del don, de la gracia, de ser un enviado…y allí entra la derrota, la tristeza, el pesimismo. ¡Líbranos del mal, Señor!  ¡No nos dejes caer en la tentación!
De ahí que la segunda palabra que quería compartir con Ustedes es GRACIAS.
Hoy en esta Iglesia Catedral hay creyentes de otras religiones, hay hermanos cristianos, pero también no creyentes que han venido a acompañar. A Ustedes,  junto con el gracias más profundo por compartir esta celebración con nosotros, la seguridad de nuestra amistad… La Iglesia no es para sí misma. La Iglesia, fiel a Jesús, es experta y servidora de humanidad.
Agradezco la presencia de las delegaciones de la colectividad judía, ¡nuestros hermanos mayores!, y de las diferentes denominaciones cristianas, así como de otros grupos religiosos, también para ellos nuestro aplauso agradecido.
Agradezco con profunda emoción la presencia de las autoridades civiles, -hasta hace un rato nos acompañaba el Señor Presidente- del Señor Vicepresidente, la Sra. Intendenta Ana Olivera, el Ex presidente Dr. Luis Alberto Lacalle, Sres. Legisladores, y de muchos representantes de los diversos partidos y corrientes de opinión, así como de los señores embajadores presentes. Un profundo gracias.
Esta catedral testigo de tantos acontecimientos históricos de nuestra patria hoy es lugar de encuentro, y de un encuentro histórico, en el marco plural de nuestra sociedad. La presencia del Presidente y del Vicepresidente son una señal de una laicidad positiva, donde el hecho religioso ocupa un lugar también en nuestra sociedad.
Guarda la catedral tumbas de varios de nuestros héroes. Se encuentra la pila bautismal en la que fue bautizado Artigas. El próximo 20 de junio serán los 250 años de ese acontecimiento. En la lápida de Larrañaga, escrita por Pivel Devoto, se dice de un modo hermoso: “el culto a su memoria armoniza los sentimientos colectivos”. Mons. Jacinto Vera, nuestro primer obispo, camino a los altares, murió rodeado del afecto de todo el pueblo y respetado por sus mismos adversarios. Fueron signos de una Iglesia servidora de su pueblo, consustanciada con la Patria. ¡Qué bueno es estar hoy aquí envueltos en la historia y queriendo construir el presente!  Nos mira desde el lugar más alto de la catedral la imagen que se titula “el Ángel Custodio de la República”. ¡Estamos ciertamente bien cuidados!
Este agradecimiento viene de lo profundo. La vida cristiana es amistad y gratitud, comunión y eucaristía. Este gracias arranca de mi corazón por el Buen Dios que en su providencia me pone hoy al frente de la Iglesia de Montevideo; en un gracias al Papa Francisco, al querido y admirado Papa Francisco, que me eligió para este servicio. Un gracias que recorre mis raíces, mis entrañables raíces familiares, las de mi colegio, las de Horneros y Castores, mis queridas raíces salesianas. Un gracias a tantos hermanos sacerdotes y diáconos, laicos y laicas, consagrados y consagradas, un gracias a los jóvenes que fueron por tantos años el centro de mi atención pastoral. Un gracias especial a mis hermanos obispos y a los que han rezado y rezan por mí… Especialmente a las monjas contemplativas y a los enfermos que ofrecen sus dolores por mi ministerio.
Este gracias quiere ser también un reconocimiento de todos nosotros a los quince años de trabajo pastoral al frente de la Arquidiócesis deMons Nicolás. Gracias por su servicio generoso, su entrega a la misión, gracias por sus iniciativas misioneras, por el sínodo arquidiocesano, por las obras que quedan como herencia para el futuro, la Radio Oriental, la Casa Vianney y sobre todo el Liceo Jubilar, que ha sido modelo de trabajo educativo para el Uruguay entero.
Gracias a Mons. Milton,  a partir de ahora mi obispo auxiliar; pero ya de antes hermano y amigo, cuya presencia y consejo siempre es fuente de inspiración, que da serenidad y paz. ¡Qué alegría Milton saber que cuento contigo!
Gracias Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Anselmo Guido Pecorari, por su cercanía en este tiempo, por transmitirme los deseos del Santo Padre. Gracias queridos hermanos todos aquí presentes… pero quiero agradecer de modo especial a los sacerdotes de la Arquidiócesis que en estos dos años de ministerio como auxiliar me han recibido como hermano entre hermanos y en estas semanas como su pastor. Gracias.
 Mi vida es la amistad que el Señor me regaló desde el seno de mi hogar... La más hermosa aventura de la vida humana es ser su amigo. Y esta aventura crece al ser elegido como testigo de la Resurrección de Cristo, para hacer eco de las palabras de los apóstoles de quien soy sucesor, y poder decir con su misma convicción y alegría: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Sí ha resucitado y está vivo en su Iglesia. Es el anuncio gozoso de los amigos de Jesús. Es el anuncio que estamos llamados a proclamar, en esta Iglesia de Montevideo y en el Uruguay entero, con renovada esperanza: “Alegría mía, Cristo ha resucitado”. El mal y la muerte han sido vencidos. Su cruz y su tumba vacía han dado paso a la luz. Esta luz disipa toda oscuridad, alivia todo dolor, sana nuestras heridas.
“No hay proporción entre el don y la falta” decía San Pablo en la segunda lectura. En la vida cristiana siempre es mayor el don de Dios. Cuando lo descubrimos  nuestra vida se hace acción de gracias. Así, sólo desde la gratitud y la amistad, se entiende la vida cristiana, esta vida en la que aún el dolor está llamado a ser eucaristía, ofrenda, acción de gracias. Es fácil decirlo hoy, no lo será tanto cuando se sienta el peso de la cruz. (En mi casa había un cuadro que decía: “este hogar no desconoce el peso de la cruz que por nosotros debiste soportar”). Sé que en el camino vendrá la fatiga, que sabremos compartir. Por eso sigamos la recomendación de San Agustín: “Cantar es propio del que ama … Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Hagamos como suelen cantar los caminantes; canta, pero camina;… consuela con el canto la fatiga, canta y camina.”
Ninguna criatura en su peregrinar sobre esta tierra cantó tan alto su alegría como aquella jovencita de Nazaret que un día escuchó las primicias del evangelio: “Alégrate, llena de gracia”. Era la fuerza de una amistad que irrumpía definitivamente en la historia humana, haciendo diminuta, en el seno purísimo de una mujer, la misma GRANDEZA.  Ella, la pequeña y dulce muchacha galilea  tiene bajo sus pies, casi sin darle importancia, a la serpiente venenosa. Quisiera hoy con ustedes cantar su canto de amistad y gratitud, para recorrer juntos este camino y prepararnos a “consolar la fatiga”:
Mi alma glorifica al Señor, mi Dios
Gózase mi espíritu en mi Salvador,
Él es mi alegría, es mi plenitud,
Él es todo para mi.

martes, 11 de marzo de 2014

Un hermoso cuento para cuaresma.

 El niño se puso su ropa para el frío y le dijo a su padre,: OK, papá, estoy listo'.
Su papá, le dijo,
'Listo paraqué?'
'Papá, es hora de ir afuera y repartir los volantes que el Sacerdote nos dío..'

El papá respondió,
'Hijo, esta muy frío afuera y está lloviznando.'
El niño miró sorprendido a su padre y le dijo,
'Pero Papá, la gente necesitan saber de Dios aún en los días lluviosos.'
El Papá contestó ,
'Hijo yo no voy a ir afuera con este tiempo.'
Con desespero, el niño dijo
, 'Papá, puedo ir yo solo? Por favor?
Su padre titubeó por un momento y luego dijo,
'Hijo, tú puedes ir. Aquí tienes los volantes, ten cuidado.'
'Gracias papá!'
Y con esto, el hijo se fue debajo de la lluvia. El niño de 11 años caminó todas las calles del pueblo, repartiendo los volantes a las personas que veía.

Después de 2 horas caminando bajo la lluvia, con frío y su último volante, se detuvo en una esquina y miró a ver si veía a alguien a quien darle el volante, pero las calles estaban totalmente desiertas. Entonces él se viró hacia la primera casa que vio, caminó hasta la puerta del frente, tocó el timbre varias veces y esperó, pero nadie salió.


Finalmente el niño se volteó para irse, pero algo lo detuvo. El niño se volteó nuevamente hacia la puerta y comenzó a tocar el timbre y a golpear la puerta fuertemente con los nudillos. Él seguía esperando, algo lo aguantaba ahí frente a la puerta. Tocó nuevamente el timbre y esta vez la puerta se abrió suavemente.
Salió una señora con una mirada muy triste y suavemente le preguntó: ¿Qué puedo hacer por ti, hijo?.
Con unos ojos radiantes y una sonrisa que le cortaba las palabras, el niño dijo,:

'Señora, lo siento si la molesté, pero sólo quiero decirle que .....*DIOS REALMENTE LA AMA * y vine para darle mi último volante, que habla sobre DIOS y SU GRAN AMOR.

El niño le dio el volante y se fue.
Ella solo dijo:

'GRACIAS, HIJO, y que DIOS te bendiga.'
Bien, el siguiente domingo por la mañana el sacerdote preguntó:
¿Alguien tiene un testimonio ó algo que quiera compartir?.

Suavemente, en la fila de atrás de la iglesia, una señora mayor se puso de pie. Cuando empezó a hablar, una mirada radiante y gloriosa brotaba de sus ojos:

'Nadie en esta iglesia me conoce. Nunca había estado aquí, incluso todavía el domingo pasado no era Catolica. Mi esposo murió hace un tiempo atrás dejándome totalmente sola en este mundo. El domingo pasado fue un dia particularmente frío y lluvioso, y también lo fue en mi corazón; ese día llegué al final del camino, ya que no tenía esperanza alguna ni ganas de vivir. Entonces tomé una silla y una soga y subí hasta el ático de mi casa. Amarré y aseguré bien un extremo de la soga a las vigas del techo; entonces me subí a la silla y puse el otro extremo de la soga alrededor de mi cuello. Parada en la silla, tan sola y con el corazón destrozado, estaba a punto de tirarme cuando de repente escuché el sonido fuerte del timbre de la puerta.
Entonces pensé, 'Esperaré un minuto y quien quiera que sea se irá'.
Yo esperé y esperé, pero el timbre de la puerta cada vez era más insistente, y luego la persona comenzó a golpear la puerta con fuerza.
Entonces me pregunté, QUIEN PODRÁ SER? Jamás nadie toca mi puerta ni vienen a verme! Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta, mientras el timbre seguía sonando cada vez con mayor insistencia.

Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos, frente a mi puerta estaba el más radiante y angelical niño que jamás había visto. Su sonrisa, ohhh, nunca podré describirla! Las palabras que salieron de su boca hicieron que mi corazón, muerto hace tanto tiempo, volviera a la vida, cuando dijo con voz de querubín: 'SEÑORA , sólo quiero decirle que DIOS realmente la ama.'

'Cuando el pequeño ángel desapareció entre el frío y la lluvia , cerré mi puerta y leí cada palabra del volante. Entonces fui al ático para quitar la silla y la soga. Ya no las necesitaría más. Como ven . . .ahora soy una hija feliz del Dios. Yo vine personalmente decirle GRACIAS a ese pequeño ÁNGEL DE DIOS que llegó justo a tiempo y, de hecho, a rescatar mi vida de una eternidad en el infierno.'
Todos lloraban en la iglesia. El Papá del pequeño ángel; tomó a su hijo en sus brazos y lloró incontrolablemente.

Lucas 18,27:
"el les dijo: lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios".
1 Cuaresma (A) Mateo 4, 1-11 NUESTRA GRAN TENTACIÓN
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 05/03/14.- La escena de “las tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar ligeramente. Las tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del camino que sigue Jesús.
La primera tentación es de importancia decisiva, pues puede pervertir y corromper nuestra vida de raíz. Aparentemente, a Jesús se le ofrece algo bien inocente y bueno: poner a Dios al servicio de su hambre. “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”.
Sin embargo, Jesús reacciona de manera rápida y sorprendente: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de boca de Dios”. No hará de su propio pan un absoluto. No pondrá a Dios al servicio de su propio interés, olvidando el proyecto del Padre. Siempre buscará primero el reino de Dios y su justicia. En todo momento escuchará su Palabra.
Nuestra necesidades no quedan satisfechas solo con tener asegurado nuestro pan. El ser humano necesita y anhela mucho más. Incluso, para rescatar del hambre y la miseria a quienes no tienen pan, hemos de escuchar a Dios, nuestro Padre, y despertar en nuestra conciencia el hambre de justicia, la compasión y la solidaridad.
Nuestra gran tentación es hoy convertirlo todo en pan. Reducir cada vez más el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos; hacer de la obsesión por un bienestar siempre mayor o del consumismo indiscriminado y sin límites el ideal casi único de nuestras vidas.
Nos engañamos si pensamos que ese es el camino a seguir hacia el progreso y la liberación. ¿No estamos viendo que una sociedad que arrastra a las personas hacia el consumismo sin límites y hacia la autosatisfacción, no hace sino generar vacío y sinsentido en las personas, y egoísmo, insolidaridad e irresponsabilidad en la convivencia?
¿Por qué nos estremecemos de que vaya aumentando de manera trágica el número de personas que se suicidan cada día? ¿Por qué seguimos encerrados en nuestro falso bienestar, levantando barreras cada vez más inhumanas para que los hambrientos no entren en nuestros países, no lleguen hasta nuestras residencias ni llamen a nuestra puerta?
La llamada de Jesús nos puede ayudar a tomar más conciencia de que no sólo de bienestar vive el hombre. El ser humano necesita también cultivar el espíritu, conocer el amor y la amistad, desarrollar la solidaridad con los que sufren, escuchar su conciencia con responsabilidad, abrirse al Misterio último de la vida con esperanza. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

sábado, 1 de marzo de 2014

AMANTES

La libertad se llama dignidad



EN el prin­ci­pio fue el mie­do. En el prin­ci­pio fue el te­mor a que las pro­pias con­vic­cio­nes no dis­pu­sie­ran de la po­pu­la­ri­dad que se­ña­lan los son­deos. En el prin­ci­pio fue el pá­ni­co a ir con­tra la co­rrien­te, el ho­rror al de­te­rio­ro de la pro­pia ima­gen, el es­pan­to de quien se que­da a so­las con sus ideas. Por­que el li­de­raz­go po­lí­ti­co de nues­tros días no se ba­sa en la ejem­pla­ri­dad de la con­duc­ta, sino en la adap­ta­ción a las cir­cuns­tan­cias. Lo más des­di­cha­do de es­te tiem­po no es so­lo que nues­tra so­cie­dad ha­ya per­di­do aque­llos va­lo­res esen­cia­les que ex­pli­can el sis­te­ma ner­vio­so de una cul­tu­ra y el an­da­mia­je éti­co de una ci­vi­li­za­ción. Es más la­men­ta­ble, en fin, ha­ber ba­ja­do a un ni­vel en que el es­pe­sor del com­pro­mi­so con la ver­dad se con­si­de­re me­nos apre­cia­ble que la del­ga­dez del re­la­ti­vis­mo. Es de­sola­dor que, tras ha­ber des­trui­do uno a uno los edi­fi­cios en los que se ins­pi­ra­ba nues­tra ar­qui­tec­tu­ra cul­tu­ral, ha­ya quien quie­ra con­ver­tir lo que no es más que in­tem­pe­rie éti­ca en el re­fu­gio ilu­so­rio de una irres­pon­sa­ble li­ber­tad.
Los his­to­ria­do­res he­mos per­ci­bi­do siem­pre la cri­sis de una ci­vi­li­za­ción en la pér­di­da de una con­cien­cia, en la ero­sión de una se­rie de cer­te­zas fun­da­cio­na­les en las que co­bra sig­ni­fi­ca­do el sen­tir­se par­te de una in­men­sa tra­di­ción y de un gran pro­yec­to de vi­da en co­mún. La au­sen­cia de esa pers­pec­ti­va, mu­cho más que las pe­na­li­da­des ma­te­ria­les, es lo que ha con­du­ci­do a la des­truc­ción de so­cie­da­des que de­ja­ron de creer en ellas mis­mas por­que em­pe­za­ron por per­der su fe en los prin­ci­pios so­bre los que se ha­bían cons­ti­tui­do. La quie­bra de los va­lo­res en los que se fun­da una co­mu­ni­dad afec­ta a la im­pres­cin­di­ble in­te­gri­dad de una cul­tu­ra, a la va­li­dez de una ma­ne­ra de en­ten­der el mun­do, a la fir­me­za de un mo­do de or­de­nar una exis­ten­cia co­lec­ti­va.
Si una na­ción es la cau­sa que de­fien­de, si una so­cie­dad es el es­pí­ri­tu que la ins­pi­ra, si una ci­vi­li­za­ción es la con­cien­cia de su con­ti­nui­dad his­tó­ri­ca, la gra­ve­dad de la cri­sis de Es­pa­ña no se en­cuen­tra en los cu­ra­bles des­equi­li­brios de nues­tra eco­no­mía, sino en el atroz va­cia­do de los prin­ci­pios que nos hi­cie­ron par­te de un gran es­pa­cio al que lla­ma­mos Oc­ci­den­te. No po­drá con­so­lar­nos de es­ta pér­di­da que tam­bién se su­fra en otros paí­ses eu­ro­peos, aun­que en el nues­tro la co­sa em­peo­re por la fal­ta de re­sis­ten­cia ideo­ló­gi­ca, por el com­ple­jo de in­fe­rio­ri­dad, por la inau­di­ta ca­ren­cia de co­ra­je cí­vi­co con el que se acep­ta la de­rro­ta sin ha­ber da­do la ba­ta­lla. Y mu­cho más por­que Es­pa­ña es el úni­co país oc­ci­den­tal en el que se ad­mi­ten re­pro­ches po­lí­ti­cos y des­plan­tes doc­tri­na­les de quie­nes, en los úl­ti­mos cien años, han he­cho pa­sar a Eu­ro­pa por las eta­pas más ver­gon­zo­sas de las que guar­da me­mo­ria la mo­der­ni­dad.
La nor­ma que de­be re­gu­lar la in­te­rrup­ción del em­ba­ra­zo vuel­ve a pre­sen­tar­se co­mo ese te­rri­to­rio de abun­dan­tes vi­cios pri­va­dos y es­ca­sas vir­tu­des pú­bli­cas don­de to­ma for­ma nues­tra vi­da so­cial. Los con­flic­tos desata­dos por el pro­yec­to son el es­ce­na­rio en el que se re­pre­sen­ta la tris­te en­ver­ga­du­ra de nues­tras con­vic­cio­nes. En es­tas úl­ti­mas jor­na­das, el lla­ma­do «tren de la li­ber­tad» ha rea­li­za­do un cor­to via­je sen­ti­men­tal, un vo­ci­fe­ran­te trans­por­te de mer­can­cías ideo­ló­gi­cas, cu­yo evi­den­te es­ta­do de ca­du­ci­dad no les im­pi­de pre­sen­tar­se co­mo ali­men­to del pro­gre­so y to­ni­fi­can­te de la de­mo­cra­cia. De nue­vo, las ex­hor­ta­cio­nes de es­te sec­tor guar­dan los atri­bu­tos esen­cia­les de un ac­to de pro­pa­gan­da y des­car­tan cual­quier in­di­cio de los re­cur­sos de una ar­gu­men­ta­ción. Lo que cuen­ta es, co­mo siem­pre en el mun­do es­té­ti­co de nues­tra iz­quier­da, la pues­ta en es­ce­na: ex­hi­bir dos ca­mi­nos que con­du­cen al mis­mo co­ra­zón de las ti­nie­blas.
El pri­me­ro, que la de­fen­sa de la vi­da es una pa­té­ti­ca exa­ge­ra­ción del len­gua­je, una inexac­ti­tud gran­di­lo­cuen­te de reac­cio­na­rios, que con­fun­den una sim­ple acu­mu­la­ción de ma­te­ria or­gá­ni­ca con un ser hu­mano. El se­gun­do, que sea cual sea la con­di­ción de lo que una mu­jer em­ba­ra­za­da lle­va en su seno, a ella so­la­men­te co­rres­pon­de to­mar la de­ci­sión de per­mi­tir que la ges­ta­ción con­ti­núe o se in­te­rrum­pa. Siem­pre fiel a ese me­lo­dra­má­ti­co es­tu­por lai­cis­ta que pa­ra­li­za los ór­ga­nos sen­so­ria­les de nues­tra iz­quier­da, quie­nes se ma­ni­fies­tan in­di­can que la Igle­sia tra­ta una vez más de in­cul­car sus dog­mas a los no cre­yen­tes, co­mo si el abor­to fue­ra un asun­to que na­ce y mue­re en el cau­ce mo­ral del ca­to­li­cis­mo. Co­mo si la de­fen­sa de ese pro­yec­to exis­ten­cial que es una vi­da ya con­ce­bi­da no tu­vie­ra más mo­ti­va­ción que las con­vic­cio­nes re­li­gio­sas.
No creo que ha­ya es­pec­tácu­lo más do­lo­ro­so que el de una so­cie­dad que se plan­tea la can­ce­la­ción de una vi­da co­mo un ac­to de li­ber­tad. De­je­mos aho­ra la ya pe­no­sa ar­gu­men­ta­ción acer­ca de la ca­li­dad hu­ma­na de lo que una ma­dre lle­va en su vien­tre. Con­si­de­re­mos que el úni­co mo­ti­vo que con­du­ce a pro­po­ner­se el abor­to es, pre­ci­sa­men­te, que lo que na­ce­rá se­rá una per­so­na, cu­ya exis­ten­cia ge­ne­ra­do­ra de con­flic­tos o in­co­mo­di­da­des, cu­ya exis­ten­cia inopor­tu­na, cu­ya exis­ten­cia sin va­lor quie­re des­truir­se. Por­que, de no es­tar pre­vis­ta la lle­ga­da al mun­do de una per­so­na, ¿en qué con­sis­ti­ría la preo­cu­pa­ción de esa ma­dre que de­fi­ne co­mo de­re­cho la pro­pie­dad ab­so­lu­ta so­bre su cuer­po y una abe­rran­te so­be­ra­nía so­bre una vi­da que aún ha de exis­tir? Si na­cer es al­go más que cum­plir un trá­mi­te hos­pi­ta­la­rio, si vi­vir cons­cien­te­men­te es al­go más que un he­cho bio­ló­gi­co, no po­de­mos pen­sar que la con­cep­ción es un sim­ple asun­to de efi­cien­cia re­pro­duc­ti­va, sino el preám­bu­lo fas­ci­nan­te y abru­ma­dor de la ca­pa­ci­dad de crear una exis­ten­cia hu­ma­na.
La li­ber­tad es aque­llo que nos rea­li­za, es aque­llo que nos da nues­tra con­di­ción úni­ca en­tre to­das las es­pe­cies que vi­ven en la Tie­rra. Pro­cla­mar que la in­te­rrup­ción de una vi­da no es un me­ro ac­to de vo­lun­tad, sino el acon­te­ci­mien­to en el que la li­ber­tad co­bra to­da su ple­ni­tud, so­lo pue­de ema­nar de ese tra­yec­to fe­rro­via­rio, de ese via­je al fon­do de la no­che que se ha em­pren­di­do en nom­bre de una fal­sa eman­ci­pa­ción. Por­que aquí no se tra­ta ya de que una mu­jer ex­pre­se las con­di­cio­nes dra­má­ti­cas en que tan­tas ve­ces pue­de dar­se un em­ba­ra­zo no desea­do. Es­ta­mos an­te la ani­qui­la­ción mo­ral de una so­cie­dad, que con­si­de­ra que las cues­tio­nes lla­ma­das «de con­cien­cia» y que se re­fie­ren a va­lo­res fun­da­men­ta­les pue­den pri­va­ti­zar­se has­ta el pun­to de ex­cluir cual­quier aten­ción del po­der pú­bli­co, cual­quier vi­gi­lan­cia su­je­ta al bien co­mún, cual­quier de­fen­sa de los de­re­chos de to­dos. ¿Que­da­rá la po­lí­ti­ca pa­ra cues­tio­nes me­no­res, pa­ra asun­tos ad­mi­nis­tra­ti­vos, pa­ra te­mas de ter­tu­lia, mien­tras los as­pec­tos esen­cia­les que han de­fi­ni­do la ca­li­dad su­pe­rior de nues­tra cul­tu­ra son aban­do­na­dos en el re­duc­to au­tis­ta de la con­cien­cia in­di­vi­dual?

Por creer lo con­tra­rio, quie­nes pen­sa­mos que en nues­tra con­duc­ta de­ben ser pre­ser­va­dos los de­re­chos y no los pri­vi­le­gios, que nues­tra le­ga­li­dad no pue­de dar por bueno lo que re­pug­na a nues­tra mo­ral, he­mos si­do aga­sa­ja­dos con la mu­ni­ción ha­bi­tual de nues­tra iz­quier­da. Por si nos sir­ve de con­sue­lo en es­te tran­ce di­fí­cil, en el que de­be­mos opo­ner la en­ver­ga­du­ra de las con­vic­cio­nes a los ín­di­ces de po­pu­la­ri­dad, no es­ta­rá de más re­cor­dar lo que un siem­pre lú­ci­do y ya vie­jo Ches­ter­ton di­jo a quie­nes le tra­ta­ban de reac­cio­na­rio: «Apren­dí lo que era la li­ber­tad cuan­do pu­de dar­le el nom­bre de dig­ni­dad».